Deseo abrir una nueva dirección, un sentido diferente en la reflexión. Planteo que el objeto, en su actualidad o virtualidad, abre el acontecimiento. Objeto entendido en Mead como el símbolo, el signo, la unión entre significante y significado que resulta (acontece) en el interaccionismo simbólico; en el acuerdo, en la convención.Donde es el lenguaje el que posibilita la relación en el acontecer, generando la prehension, la conexión. Y ese acontecimiento desplegado es la socialidad mínima, el rasgo más básico del vivir-en-común. Socialidad porque me hago eco de la definición que proporciona Mead de ésta en tanto que habitar múltiple, posibilidad de ser varias cosas a la vez, y mínima dado que es la producción más básica que aparece en el acontecer. En este sucede según mi tesis sobre Mead, la construcción del self y por ende, del self-concienuss (autoconciencia), es en el signo objetivado en el dialogo, acuerdo, en el encuentro con otro-otro mediado por el lenguaje.
Defiendo que la relación entre el objeto y el acontecimiento no es exactamente de causa-efecto, sino más bien de razón suficiente. El objeto sólo abre el acontecer, no lo explica ni lo contiene. Habitualmente manejamos y referimos objetos que están presentes en el mismo momento de su acción o enunciación. Están a la vista, al alcance de las manos, son legibles, performables, manejables, determinables in situ. Ligados a la posición que delimita el aquí y ahora. Pero también hay objetos que no requieren de su actualidad para abrir el acontecer. Tocan en la distancia, constituyen en la lejanía. Ambos son operadores, traen el acontecer y por tanto la socialidad mínima.
El punto de partida en esta conceptualización no es el sujeto o su acción, sino precisamente la trayectoria o efecto del movimiento del objeto. Planteo que éste crea el colectivo y del mismo modo que lo objetual es simultáneamente lo que se evade, circula y unifica. Es una ruptura, pero al mismo tiempo un núcleo de forma, un atractor, puesto que estabiliza relaciones y congela átomos alrededor de un punto o momento. Es una suerte de regla elemental, de instrucción que hace mecánica una operación: abrir el acontecimiento. Es el átomo, la forma mínima de la traducción. Ésta no consiste en la representación de lo mismo de una manera diferente o divergente. Es la transformación singular y particular que deviene con el tránsito de un objeto por un estado u orden de cosas determinado. Es el sentido particular que aparece con ese movimiento. En suma, el objeto es un modus operandi. Un nodo que establece lazos entre escalas y niveles, entre dominios de experiencia y conocimiento. Delimita “pasares” y codifica.
Sostengo que los objetos ni están situados en el espacio ni en el tiempo. Se sitúan, por el contrario, en un acontecer, y éste siempre pone su propia temporalidad y espacialidad: el objeto se da invariablemente en la relación de estar-situado-en el acontecimiento. El clásico eje objeto-espaciotiempo se desvanece y su lugar lo ocupa la tensión objeto-acontecer. Descubrir y explicar un objeto es entenderlo en el acontecimiento que abre.
Finalmente, la tríada que forman el objeto, el acontecer y la socialidad mínima me permiten proponer tanto una nueva noción de poder como definir “lo social”.
Desde la década de los sesenta el poder es relación. Esta relación es móvil,
variable. Se caracteriza por un juego de interpretaciones y anticipaciones. El arte de esa práctica no busca dominar sino anticipar y explotar las intervenciones de un “otro”. Hay una perpetua incorporación de contrarios. Una asimilación agónica de ese “otro” basada en la anticipación. La característica distintiva de este poder es la producción de individuos. El éxito del juego de movimientos y contra-movimientos es el gobierno de la conducta, la acción sobre la acción que desemboca en la producción de un pliegue unívoco: lo indivisible, lo individuado. Frente a ese modelo, postulo que está emergiendo una anatomía de poder diferente. Es el diagrama que denomino “poder como prehensión”. Esta sólo pretende incorporar, capturar, comunicar una potencia. Prehender no es representar o encerrar. Tampoco inscribir o pertenecer. Es, justamente, aunar. Conectar. Producir una superficie de ensamblaje sin desplegar un proceso que altere la singularidad o particularidad de lo prehendido. Es decir, en el modelo del poder como prehensión se busca la conectividad, generar la posibilidad de transmitir potencialidades de una entidad a otra, de un cuerpo a otro, cercano o distante, no importa.
Contra el telón de fondo que supone la socialidad mínima defino lo social como la superficie que permite el ensamblaje de determinados cuerpos o entidades. Mi tesis afirma que el acontecer abre la socialidad mínima —una coordinación de multiplicidades— y que en y sobre ella se genera la superficie de ensamblaje; además, sostiene que los objetos son operadores de tal apertura. Pues bien, lo social no inscribe cuerpos o entidades, más bien los conecta o engarza. Es el conjunto de condiciones que permite ese ejercicio. Con todo esto, en realidad, estoy sosteniendo que el dato más básico en una formación social es la entrada de novedad, la producción de aconteceres. Ahí reside el elemento distintivo de cualquier modalidad del vivir-en-común. Definir lo social como superficie de ensamblaje implica considerar el acontecimiento como un dato esencial, incorporar los objetos en su dinámica de producción y plantear una reflexión que gira sobre la formación de esas superficies, su segmentación, coordinación, codificación....
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