El ambiente que elegí para este escenario es el de la película “Big

Fish”. Lo escogí porque creo que en la situación contemporánea, solemos

olvidarnos de la dimensión poética de la vida, la dimensión creativa de la

subjetividad humana y no nos damos cuenta de la paradoja fundante de nuestro

modo de estar en el mundo. Paradoja relacionada con la relación compleja entre lo

que llamamos realidad y lo que denominamos ficción, en la era de lo virtual. Como

sé que muchos de los posibles lectores de este texto han atravesado cursos de

capacitación, formación o como gusten llamar al estudio del construccionismo

social, el constructivismo radical, la deconstrucción y otras filosofías posmodernas,

me parece que es un espacio adecuado para preguntarse por el significado de la

pretendida “construcción social de la realidad” y abrir un espacio de

interrogación sobre la dimensión poiética (poética y productiva) de nuestra

vida.

Creo que a pesar de la gran cantidad de horas de estudio invertidas en el

constructivismo tenemos aún algunas deudas pendientes con nosotros mismos

respecto de qué queremos decir cuando decimos que “la realidad es ficción”. Hoy

hablar de realidad es poco llamativo, poco convocante, entonces he elegido

comenzar esta reflexión pensando un poco más el tema de la ficción. La ficción,

como un “hacer”. Algunos pueden sorprenderse aún con esta afirmación pues

cuando pensamos en la ficción solemos imaginar alguna clase de nube vaporosa,

glamorosa, evanescente y pocas veces nos conectamos con la ficción como

aquello que es hecho, como el hacer humano.

Bruno Latour, un pensador francés a quién aprecio mucho, ha dicho que el

construccionismo fue una oportunidad extraordinaria para todos, una oportunidad

grandiosa de responsabilizarnos de nuestro hacer, de nuestras prácticas, de

nuestros modos de estar en el mundo. Sin embargo, como todo aquello que logra

una rápida popularidad, la promesa inicial se ha transformado hoy en un discurso

vaporoso que despacha las cuestiones más conflictivas y acuciantes con una

rápida sentencia que las declara construcciones sin indicar el modo de producción

ni la clase de producto obtenido, sin profundizar en los actores y los materiales

involucrados, en las modalidades prácticas que han tomado y mucho menos en su

encarnacion –transformacion he

recorrido un camino muy semejante al que describe Latour, aunque creo que

todavía estamos a tiempo de hacer del constructivismo una perspectiva fértil y

productiva.





En un extraordinario texto llamado “Promesas del constructivismo” Latour plantea:

(...)agregando el insulto a la injuria la sociología crítica escoge la cuestión

metafísica más dificultosa y la trivializa en un juego de preguntas y

respuestas, como muestra el siguiente ejemplo de tomado de un curso: ¿la

“realidad construida” es construida o real? Y da como respuesta “ambas”.

Agregando el comentario ¿somos tan ingenuos de pensar que tenemos que

elegir? ¿no sabemos que aún la más loca de las ideologías tiene

consecuencias reales? ¿no sabemos que vivimos en un mundo que es

nuestra propia construcción y que no es menos real por ello? Cómo

desprecio este pequeño término “ambos” que obtiene a tan bajo costo una

chapa de profundidad que pasa actualmente por ser la “esencia” del espíritu

crítico. Nunca fue la crítica menos crítica que cuando aceptó como una

respuesta obvia a una que debería haber sido, por el contrario, la fuente de

una total perplejidad. “Nosotros” nunca hemos construido el mundo a partir

de nuestras puras ilusiones puesto que no existe este “creador libre” en

“nosotros” y porque tampoco existe el material suficientemente plástico para

retener las marcas de nuestros juegos. “Nosotros” nunca hemos sido

engañados por un “mundo de mera fantasía” porque no existe fuerza

suficientemente fuerte como para transformarnos en meros esclavos de

poderosas ilusiones. Estas absurdas creencias son el resultado de la

utilización de unas definiciones de construir, crear, influir, engañar que son

las menos apropiadas. Transforman en una cosa simple aquello que es

precisamente la más misteriosa conjunción de agencias.

Latour nos pone en contacto con algo que en “Big Fish” está maravillosamente

expresado aunque de otra manera: con una pretensión de omnipotencia absurda

del género humano y, simultáneamente, con la extraordinaria potencia de nuestra

especie y, particularmente, con la capacidad constructiva de nuestra imaginación.

El desafío actual para el construccionismo se centra a mi entender en el

abandono de los grandes títulos y las explicaciones fáciles, para empezar a ver

cómo, con quién, de qué modo, a partir de qué procedimientos, en qué

espacios, con qué objetos, en qué clase de relaciones aparecen, emergen,

son construidas estas famosas realidades. No basta, en ningún caso, con la

hipótesis de la construcción. Es preciso también trabajar sobre las

operaciones específicas que constituyen esa operación como una forma de

constitución de mundos, cómo se estabilizan esos mundos, cómo vivir en

ellos, y sobre todo cómo convivir en ellos.





 

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